¿Qué es el estrés?
Es una reacción físico-química del organismo que produce alteraciones físicas y, muchas veces psicológicas, para el enfrentamiento de situaciones nuevas. Tiene como base una respuesta primitiva del organismo, preparatoria para el ataque o la huida, frente a situaciones de peligro. Habitualmente se entiende que el exceso de problemas es el causante del estrés; sin embargo esta creencia es falsa. Si bien es cierto que, por ejemplo, un problema en el trabajo o con la familia, una enfermedad, o la proximidad de un examen pueden desencadenar estrés, el mismo efecto puede producirlo la mudanza a una casa más confortable, enamorarse, conseguir ese trabajo tan ansiado, ganar la lotería o simplemente recibir una invitación a una fiesta. También los cambios evolutivos propios del crecimiento, la pubertad y adolescencia, la menopausia y andropausia y hasta una gripe, propia o de un hijo a cargo, pueden ser generadoras de estrés. Inclusive, aquellas situaciones que aún no se han producido pero son percibidas como posibles problemas futuros, las preocupaciones.
En resumen, toda situación que altere la rutina cotidiana y requiera de la puesta en marcha de cambios o búsquedas de soluciones resulta potencialmente estresante. Hablamos de «potencialmente», ya que la intensidad de estrés que un mismo acontecimiento desencadenará, variará de una persona a otra, según las características y estado psico-físico de cada una y la situación personal y ambiental que esté atravesando, que le hará percibir la situación de una manera diferente.
Como toda reacción natural, el estrés cumple una función adaptativa y, en dosis moderadas, la tensión que produce en el organismo tiene carácter funcional, en otras palabras, resulta útil para emprender tareas y resolver problemas. Pero cuando las tensiones se repiten con demasiada frecuencia y/o intensidad a lo largo del día, o se prolongan en el tiempo, terminan afectando la salud, lo que se manifiesta en trastornos varios.
La persistencia del estrés puede desencadenar con el tiempo enfermedades relevantes como: hipertensión, diabetes, gastritis, psoriasis, enfermedades coronarias, vitíligo, etc.
También puede desencadenar trastornos psicológicos como: ansiedad, nerviosismo, irritabilidad, depresión, pérdida del sentido del humor, trastornos de memoria, dificultades para la concentración y la atención, disfunciones sexuales. Por ello, además del malestar subjetivo que nos genera el estrés, es importante abordarlo rápidamente para no exponer a nuestro organismo.
Conducir es una acción compleja que nos exige mucho más de lo que parece. Involucra al conductor psicológica y físicamente. Requiere de concentración y un estado de alerta y atención permanentes. Por ello, el logro de un desempeño correcto, no depende sólo de las habilidades adquiridas por el conductor para dominar su vehículo y del adecuado estado físico para percibir adecuadamente las situaciones del camino, sino que también depende de la experiencia, de la clara conciencia de los riesgos de moverse en el sistema del tránsito, de la madurez y equilibrio emocional, que harán posible el desarrollo de actitudes y comportamientos seguros.
Un conductor estresado no está en las mejores condiciones para conducir con seguridad, ya que las exigencias del tránsito lo sobrepasarán fácilmente, aumentando significativamente la tensión y el malestar interior.
- Seamos conscientes del estado en que nos encontramos. Si sabemos que estamos atravesando un momento emocionalmente difícil, tendremos que extremar las medidas de seguridad al conducir o bien, en situaciones límite, evitar conducir.
- Planifiquemos cada viaje dándole más tiempo del estimado necesario para ese recorrido. De esta manera evitaremos la ansiedad frente a demoras o inconvenientes en el camino. Si vamos a emprender un viaje prolongado, estimemos al menos una hora tiempo para imprevistos y no nos autoimpongamos una hora precisa para llegar. Si el viaje es corto, procuremos salir con varios minutos de antelación.
- Disminuyamos la velocidad y adecuémosla a las circunstancias del camino, del flujo de tránsito y al estado emocional. Está comprobado que a mayor velocidad de circulación, mayor tensión. Por eso, para distenderse es bueno buscar una velocidad en la que se siente que se circula más relajado. Por otra parte, al circular más despacio se tiene más tiempo para reaccionar ante un imprevisto o corregir una maniobra equivocada
- Frente a un conductor torpe, lento y/o agresivo, no nos enganchemos. Procuremos evitarlo, según el caso, cediéndole el paso, o sobrepasándolo con precaución y tomando distancia de él. Pensemos que nuestra salud y seguridad son prioritarias.
- Aceptemos las circunstancias del tránsito. Frente a un embotellamiento, obstrucción, semáforos mal coordinados, flujo de tránsito lentificado, etc., procuremos calmarnos y no intentemos forzar la velocidad de marcha apurando a los otros, violando normas o zigzagueando; pensemos que la salud y la seguridad están en juego. Si es necesario, realicemos ejercicios respiratorios de relajación por medio de inspiración profunda con exhalación lenta. Podemos ayudarnos escuchando música agradable y relajante.